Vaticano. Enviado Especial -
21/07/13
El primer viaje fuera de Italia del Papa –su visita a Brasil,
que iniciará mañana– se convirtió en las últimas semanas por una suma de
circunstancias inesperadas en un gran desafío con varias aristas para
el pontífice argentino. Inicialmente, Francisco debía afrontar el reto
de revitalizar un catolicismo en baja en la región, sobre todo en
Brasil, el país con más número de católicos del mundo, que
viene perdiendo fieles a expensas de los grupos evangélicos y el descreimiento.
Y para ello contaba con el enorme entusiasmo que despertó su figura, por su sencillez, austeridad y compromiso con los pobres.
Pero
las sorpresivas protestas populares por la deuda social, los gastos
dispendiosos por el Mundial 2014, los Juegos Olímpicos de 2016, y las
denuncias por la extendida corrupción en el gigante sudamericano, le
dieron a la gira un contexto político que difícilmente el Papa pueda
ignorar, sin excluir la posibilidad de que los manifestantes quieran
aprovechar su visita para amplificar ante el mundo sus reclamos. A lo
que hay que sumar la posible presencia de varios mandatarios de la
región, entre ellos la presidenta argentina Cristina Kirchner. Todo lo
cual obligó a disponer
un colosal operativo de seguridad, mayor al inicialmente previsto.
Francisco,
centralmente, va a Río de Janeiro para presidir la Jornada Mundial de
la Juventud, un mega encuentro católico con celebraciones religiosas y
expresiones artísticas que se realiza cada tres años en alguna ciudad de
los cinco continentes. En rigor, estaba previsto que la encabezara
Benedicto XVI, pero su sorpresiva renuncia en febrero lo impidió. En
medio de
luchas de poder en la curia romana, filtraciones de
documentos papales y escándalos varios, los cardenales eligieron por
primera vez como Papa a un latinoamericano y jesuita, el argentino Jorge
Bergoglio, para sacar a la Iglesia del ojo de la tormenta, sanearla y
revitalizar su acción religiosa.
Las circunstancias determinaron
que su primer viaje sea, precisamente, a América Latina, el
subcontinente donde habita el 42 por ciento de los católicos del mundo
con una acendrada religiosidad popular, pero
erosionada por el avance evangélico.
Brasil es un caso emblemático: de ser décadas atrás una enorme mayoría,
los católicos cayeron en 2010, según el censo de ese año, a 64 por
ciento (123 millones), mientras que los evangélicos, de ser una pequeña
minoría, treparon al 22 por ciento (42 millones), con un impresionante
crecimiento de 61 por ciento desde el año 2000. Además, con una gran
presencia en el parlamento: 77 legisladores son de esa creencia sobre el
total de 513.
Durante los siete días que estará en Brasil,
mayoritariamente ese tiempo en Río de Janeiro, Francisco pondrá en juego
todo el entusiasmo que despierta para
torcer el rumbo del catolicismo en la región.
En su derrotero, visitará una favela pacificada (saneada del
narcotráfico) y un hospital donde se recuperan jóvenes de las
adicciones; el santuario de la Virgen de Aparecida, patrona de los
brasileños; presidirá un pintoresco Vía Crucis en Copacabana y, sobre
todo, hacia el final de su viaje, la Vigilia y la gran misa de la
Jornada Mundial de la Juventud, en un enorme predio en las afueras de
Río, ocasiones en las que se espera que se congreguen
unos dos millones de personas.
En
el plano político, las expectativas están puestas en lo que Francisco
pueda decir ante la situación social de Brasil. Para la presidenta
brasileña Dilma Rousseff, afectada por las manifestaciones y deseosa de
obtener un bálsamo con el paso del Papa, los presagios son algo
inquietantes: la Iglesia brasileña salió hace unas semanas a reconocer
la legitimidad de los reclamos de los manifestantes, si bien señaló su
rechazo a toda protesta violenta. ¿Hasta donde llegará Francisco con sus
posibles señalamientos, considerando que se trata de un pontífice con
indudable preocupación social y con conocimiento in situ de la región
más desigual del planeta?
Por lo demás,
Dilma no le facilitó las cosas al Papa.
Si bien le abrió de par en par las puertas de su país, su decisión de
invitar para la misa de cierre a los presidentes de la región no sólo le
creó un problema protocolar al Vaticano ante un acontecimiento
esencialmente religioso. También le sumó voltaje político.
Habrá
que ver qué presidentes finalmente van, pero la presencia de mandatarios
del eje bolivariano que encabeza Venezuela, acaso determine -si ya no
lo determinó- que el Papa defienda una democracia con división de
poderes
y plena libertad de expresión.
No es otra cosa lo
que dijeron en 2007 los obispos latinoamericanos que sesionaron en
Aparecida en el documento final, cuya comisión redactora presidió en una
sugestiva coincidencia el entonces cardenal Bergoglio, texto que éste,
ya convertido en Papa, le entregó a Cristina durante su visita al
Vaticano.
En este contexto,
las medidas de seguridad fueron creciendo.
Cerca de 30 mil efectivos de las Fuerzas Armadas y de seguridad, con
barcos de guerra, aviones de combates y helicópteros tendrán la ardua
tarea de custodiar al Papa y de que todo se desarrolle sin mayores
alteraciones.
Para colmo, Francisco rechaza el papamóvil con
vidrios blindados porque no quiere renunciar al contacto directo con la
gente. Prefirió el jeep abierto con el que suele pasear en la Plaza San
Pedro. Una avalancha de jóvenes llegados de todo el mundo acaso sea su
mejor custodia, dijo un cura brasileño, y el mejor marco para que supere
con éxito su primer gran desafío internacional.
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