Wessels, que insistía en que “admira” a Mandela, aunque expresa incertidumbre por lo que sus herederos políticos puedan “hacer a los blancos”. No es el sentimiento general ni hay indicios de que haya una involución, como tampoco hay analistas reputados que auguren confrontaciones raciales. “Nada, no pasará nada porque Madiba nos ha enseñado a convivir pacíficamente”, responde otra blanca, de origen inglés, Kirsty Fare, que le dejó un ramo de flores en el exterior de la mansión, que quedó cubierto de fotos, globos, dibujos y textos de felicitación. Es tanta la devoción de Sudáfrica por su Tata, padre, que el aniversario está a la altura de un icono y desde 2009 la ONU auspicia el Día Internacional de Mandela, en el que se organizan incontables actos solidarios a lo largo y ancho del país. Se trata de animar a que la población dedique como mínimo 67 minutos a trabajos por la comunidad y los más desfavorecidos. La cifra no es está puesta al azar, sino que homenajea los 67 años que Madiba dedicó a la lucha por liberar Sudáfrica del régimen racista. “Es lo mínimo que podemos hacer por él”, reconoce Eduard Sekgantsho, un universitario que vive en Alexandra, un histórico gueto negro en el que un jovencísimo Mandela se instaló cuando llegó a Johannesburgo, en 1942. Alexandra sigue siendo una barriada pobre, donde se hacina medio millón de personas en precarias casas y barracas de latón, apenas a unos kilómetros de Sandton, el barrio de los negocios y de residencias caras. Es la metáfora de la Sudáfrica actual, mundos paralelos de negros pobres, con trabajos precarios - si tienen la suerte de no engrosar el 40% de desempleo entre este grupo - y ricos, sobre todo blanco - aunque cada vez hay más negros - con coches de gama alta y en viviendas de ensueño. El Mandela Day, el día de Mandela, se dejó sentir también en Alexandra, con especial emotividad en la destartalada morada que acogió al entonces joven abogado y en la iglesia anglicana donde asistía a misa. “Mandela somos todos hoy. Es nuestro padre, nuestro abuelo, el héroe al que le debemos todo”, dice emocionada Dora Moli. Más que participar en los actos dando su tiempo a la causa, esta madre soltera con tres hijos a cargo, fue una de las beneficiarias de las cajas de comida que ayer repartió una compañía de telefonía. En Alexandra, a la hora de la comida, muchos escolares aprovecharon la salida de clase para pasar por algunos de los puntos de entrega de alimentos o ropa solidaria, aunque apenas pudiesen acarrear las cajas. Dos hermanas, Mpho e Itumuleng, animaban las calles con una gran bandera sudafricana y cantando el Cumpleaños Feliz a Mandela, disfrutando de la animación inusual de gente ajena al barrio. Mientras, en dos guarderías y en la biblioteca del barrio, brigadas de voluntarios se esfuerzan en dejar las paredes bien pintadas y limpias. Los promotores de la iniciativa insisten, no obstante, de la importancia de hacer de cada día un Día de Mandela, el día del padre.

Wessels, que insistía en que “admira” a Mandela, aunque expresa incertidumbre por lo que sus herederos políticos puedan “hacer a los blancos”. No es el sentimiento general ni hay indicios de que haya una involución, como tampoco hay analistas reputados que auguren confrontaciones raciales. “Nada, no pasará nada porque Madiba nos ha enseñado a convivir pacíficamente”, responde otra blanca, de origen inglés, Kirsty Fare, que le dejó un ramo de flores en el exterior de la mansión, que quedó cubierto de fotos, globos, dibujos y textos de felicitación.
Es tanta la devoción de Sudáfrica por su Tata, padre, que el aniversario está a la altura de un icono y desde 2009 la ONU auspicia el Día Internacional de Mandela, en el que se organizan incontables actos solidarios a lo largo y ancho del país. Se trata de animar a que la población dedique como mínimo 67 minutos a trabajos por la comunidad y los más desfavorecidos. La cifra no es está puesta al azar, sino que homenajea los 67 años que Madiba dedicó a la lucha por liberar Sudáfrica del régimen racista. “Es lo mínimo que podemos hacer por él”, reconoce Eduard Sekgantsho, un universitario que vive en Alexandra, un histórico gueto negro en el que un jovencísimo Mandela se instaló cuando llegó a Johannesburgo, en 1942.
Alexandra sigue siendo una barriada pobre, donde se hacina medio millón de personas en precarias casas y barracas de latón, apenas a unos kilómetros de Sandton, el barrio de los negocios y de residencias caras. Es la metáfora de la Sudáfrica actual, mundos paralelos de negros pobres, con trabajos precarios - si tienen la suerte de no engrosar el 40% de desempleo entre este grupo - y ricos, sobre todo blanco - aunque cada vez hay más negros - con coches de gama alta y en viviendas de ensueño.
El Mandela Day, el día de Mandela, se dejó sentir también en Alexandra, con especial emotividad en la destartalada morada que acogió al entonces joven abogado y en la iglesia anglicana donde asistía a misa. “Mandela somos todos hoy. Es nuestro padre, nuestro abuelo, el héroe al que le debemos todo”, dice emocionada Dora Moli. Más que participar en los actos dando su tiempo a la causa, esta madre soltera con tres hijos a cargo, fue una de las beneficiarias de las cajas de comida que ayer repartió una compañía de telefonía. En Alexandra, a la hora de la comida, muchos escolares aprovecharon la salida de clase para pasar por algunos de los puntos de entrega de alimentos o ropa solidaria, aunque apenas pudiesen acarrear las cajas. Dos hermanas, Mpho e Itumuleng, animaban las calles con una gran bandera sudafricana y cantando el Cumpleaños Feliz a Mandela, disfrutando de la animación inusual de gente ajena al barrio. Mientras, en dos guarderías y en la biblioteca del barrio, brigadas de voluntarios se esfuerzan en dejar las paredes bien pintadas y limpias. Los promotores de la iniciativa insisten, no obstante, de la importancia de hacer de cada día un Día de Mandela, el día del padre.

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